
El devenir de la historia, sus cambios y transformaciones, está marcado por los proyectos de los hombres y los caprichos de la naturaleza. Una vez que la raza humana logró dominar al resto de especies de la Tierra, comenzó un proceso de búsqueda en el hombre del mayor confort y la protección posible. Tener refugio, comida salubre, entre otras necesidades primarias del individuo, se convirtieron –y aún continúan siendo– las principales aspiraciones que este busca en aras de lograr una vida digna.
Este sentido de confort, que con el paso del tiempo se comienza a interpretar como el “tener una vida digna”, se ha concretado de diferentes maneras a lo largo de los años. Durante la época feudal, por ejemplo, eran muy marcadas las diferencias para una “vida digna” entre una y otra clase social. Los monarcas, por designios de Dios, de acuerdo a ellos, “rentaban” un pedazo de tierra que la divinidad les condecía al resto, al grueso de la población, que a cambio de producir algún bien para sus reyes, podía vivir en estos espacios, bajo precarias condiciones. Esta relación no se dio de manera fortuita; se estableció a través del discurso, a través de un juego narrativo que desarrollaron las altas clases en aras de perseverar su dominio. Lo lograron hacer hasta la llegada del capitalismo, que vino a cambiar las formas de relación entre los hombres. Todo esto expuesto en sus rasgos más generales.
Podríamos remontarnos también siglos atrás, cuando el Imperio Romano logró su mayor dominio y alcanzó a conquistar casi toda Europa y parte de África del norte. Este poderío se cimentó en el discurso, en la arenga política que vociferaban sus emperadores y que llevó a millones de hombres a unirse bajo una misma consigna.
La humanidad y su historia se han visto trastocadas por el surgimiento de diferentes ideas, diferentes formas de percibir el mundo y “cómo debería de ser”. La forma en que estas políticas son expresadas, o sea, su narrativa y su discurso, mucho tiene que ver para que una idea sea propagada eficazmente y una vez que se ha sembrado en determinado número de personas, estas interpretaciones de la realidad, pueden llegar a concretarse, pobre o exitosamente.
A pesar de que el lenguaje y la palabra cambian con el tiempo, su poder es inalterable y continúa tan vigente como desde su nacimiento. Tanto su contenido como su forma son esenciales para que un mensaje logre el éxito deseado. Existen un sinfín de personajes históricos que lograron leer tal o cual contexto social y a partir de ahí, generar un discurso que les permitiera ganarse la empatía y la aceptación de sus congéneres. Quizás el caso que más venga a colación cuando se menciona esto sea el de Adolf Hitler, el dictador alemán que supo canalizar el descontento de toda una nación, al verse forzada a firmar los Tratados de Versalles durante la Primera Guerra Mundial, para lucubrar un discurso que le permitiera el éxito político.
En los tiempos de la política actual, el caso de Donald Trump quizá sea el ejemplo más representativo de una narrativa política exitosa. El 45° presidente de Estados Unidos, hasta ser el mandamás de la nación más poderosa del mundo libre, nunca había ocupado un cargo de elección popular. Su relación con la política se limitaba a ser partidario del Partido Republicano y apoyar diferentes candidaturas presidenciales del llamado Grand Old Party, como la de Ronald Reagan en la década de los 80’s o la de Mitt Romney en el 2012.
Desde alrededor del 2011, gracias a sus polémicas declaraciones en el mundo de la política, como aquella que realizó donde se cuestionaba la nacionalidad del presidente estadounidense Barak Obama, su popularidad y posible incursión en la candidatura de una gubernatura o inclusive por la silla presidencial comenzaron a incrementarse. Quizás sin esperarlo, Donald Trump se percató de que, a pesar de que gran parte de los estadounidenses lo repudiaban como representante por su inexperiencia, su nula corrección política y su forma autoritaria de negociar, existía otro sector de la población norteamericana que veían en él al líder que por mucho tiempo habían estado esperando.
Trump aprovechó la coyuntura e ideó un discurso racista, machista, xenófobo y de segregación con el que muchos estadounidenses se identificaron. Lo que al principio parecía una broma de mal gusto, la carrera presidencial de un personaje autoritario, políticamente incorrecto y sumamente discriminatorio, terminó por concretarse en una elección presidencial.
Las ideas cambian al mundo, para bien o para mal. La historia se juzga desde sus hechos. Este devenir siempre está decidido por una concepción, una forma de interpretar la realidad que es compartida por uno o varios individuos, que cobra tanta fuerza hasta llegar a concretarse. El poder de la palabra, de la persuasión y de una inteligente narración política, acompañado de los oportunos canales de comunicación, son la principal arma de la que se han valido, valen y valdrán aquellos personajes históricos que simbolizan el porvenir o retroceso de la humanidad, sea lo que eso signifique.
El lenguaje es, de un cabo a otro, discurso, gracias a este poder singular de una palabra que hace pasar el sistema de signos hacia el ser de lo que se significa. – Michel Focault.