
Nery Córdova, periodista e investigador de origen chiapaneco, describe al ensayo como el “Centauro” de los géneros. El centauro es una criatura mitológica de origen griego, un híbrido que expone el cuerpo y las patas de un caballo con el torso, la cabeza y los brazos de un humano. Ahora bien, el ensayo, de acuerdo al académico de la Universidad Autónoma de Sinaloa, se trata de una relación entre el quehacer literario y el científico.
El ensayo tiene sus orígenes a finales del siglo XVI, cuando el escritor Michel de Montaigne publicó “Los ensayos”, un compendio de temas sobre los que discierna el renacentista francés. Aunque el origen etimológico de la palabra ensayo (exagium del latín) significa, en su traducción literal, “exacto”, para de Montaigne, quien podría decirse es el padre del ensayo, este concepto debe oscilar entre la “prueba” y el “aprendizaje”[1].
El ensayo es la praxis, todo aquel proceso silencioso, pocas veces evocado, por el que el arte y la ciencia transcurren hasta concretar el trabajo final. Para llegar hasta el momento culminante de tal o cual hallazgo científico o para escuchar puesta en escena la abertura final de una ópera, fueron necesarias una infinidad de horas de práctica, repeticiones, muy probablemente momentos horas de hastío y desesperación.
Para Xavier Villaurrutia, reconocido escritor mexicano del siglo XX, el ensayo es un “producto equidistante del periodismo y del sistema filosófico”[2], por tanto, Córdova engloba al ensayo como una relación más compleja que sólo la práctica o una simple experimentación; se trata más bien de una concepción de orden periodístico, literario y filosófico.
En la academia, el ensayo funge como una instancia mediadora entre el sentir y el saber. Gracias a este género, el ensayista puede expresar su punto de vista sobre tal o cual tema sin las ataduras científicas que, por ejemplo, la investigación social conlleva. Se trata, pues, de un ejercicio del pensamiento que permite acercarse a la realidad y estudiarla, al mismo tiempo que se aporta una concepción moral sobre el fenómeno.
En términos generales, cualquiera puede ejercitar la práctica del ensayo, pues se puede reflexionar, con mucho o poco conocimiento de causa, sobre tal o cual fenómeno y aportar un punto de vista. No obstante, es importante señalar que aquellos ensayos que gozan de una mayor credibilidad y reconocimiento dentro del mundo académico se debe a que sus autores contaban, en el momento de su realización, con un amplio embalaje intelectual. Esto le otorgaba mayor fundamento a sus conjeturas. Ejemplos de grandes ensayistas se pueden encontrar en Umberto Eco, Carlos Fuentes, Octavio Paz, John B. Thompson, Carlos Monsiváis, Hans Magnus Ensenzberger, entre muchos otros.
Varios de estos autores se desenvolvieron a lo largo de su trayectoria intelectual entre el periodismo y la literatura, por tanto, es atinado concluir que el ensayo es un punto intermedio entre ambos géneros. Un centauro desde el que se puede estudiar la realidad de una manera estéticamente bella.
[1] Michel Montaigne, Ensayos escogiso, UNAM, México, 1983
[2] Xavier Villaurrutia, Textos y pretextos, citado por José Luis Martínez en El ensayo mexicano moderno, FCE, México, 1984