Semiología o semiótica, ambas acepciones igualmente válidas, tienen por objeto el estudio del signo; del griego semeión “signo”. Un signo es una representación de algo. Es un producto social, “una creación humana, y sólo puede ser comprendido en función del uso que la gente haga de ellos” (Fiske, 1984: 34).
De acuerdo a Ferdinand de Saussure (Suiza, 1857-1913), el signo está compuesto por un Significante (Se) y un Significado (So): “El significante es la imagen del signo tal como lo percibimos; el significado es el concepto mental al cual se refiere. Este concepto mental es por lo general común a todos los miembros de la misma cultura que comparten el mismo lenguaje […] Saussure, siendo lingüista, se interesaba primordialmente en el lenguaje. Le preocupaba más la forma como los signos (o en su caso, las palabras) se relacionaban con otros signos, que la forma como se relacionan con “el objeto” de Peirce. Por tanto, su modelo básico enfoca más directamente la atención en el signo mismo” (Fiske: 37).

Por su parte, Charles Sanders Peirce (EE.UU. 1839-1914), establece una relación triádica entre el signo, el interpretante y el objeto. Siguiendo a John Fiske: “Un signo se refiere a algo diferente de sí mismo – el objeto – y es comprendido por alguien; es decir, tiene un efecto en la mente del usuario, el interpretante. Debemos comprender que el interpretante no es el usuario del signo, sino lo que Peirce llama el verdadero efecto significativo, es decir, es un concepto mental producido tanto por el signo como por la experiencia del usuario tiene del objeto […] El interpretante es el concepto mental del usuario, sea hablante o escucha, escritor o lector, pintor u observador […] La preocupación de Peirce como filósofo era la comprensión que el hombre tiene de su experiencia y del mundo que le rodea. Sólo gradualmente comprendió él la importancia de la semiótica, el acto de significar, en esto; su interés estaba en el sentido, ubicado en la relación estructural entre signos, personas y objetos” (Fiske: 34).

Con base a esta relación tríadica, Peirce distinguió tres categorías de signo: “Un ícono se parece a su objeto. Esto es más aparente en los signos visuales: una fotografía de mi tía, un mapa, los signos visuales que denotan los servicios sanitarios para damas y caballeros son íconos. Pero puede también ser verbal: la onomatopeya es un intento de hacer icónico el lenguaje. […] Un índice (o index) es igualmente fácil de explicar: es un signo que tiene una conexión existencial directa con su objeto. El humo es indicio de fuego, un estornudo es indicio de un resfriado. Si una persona tiene una cita con alguien que no conoce, y le dice que lo reconocerá porque tiene barba y llevará una rosa amarilla en la solapa, entonces la barba y la rosa amarilla serán indicios de su persona. […] Un símbolo es un signo cuya conexión con su objeto es resultado de una convención, acuerdo o regla. Las palabras son, en general, símbolo. La cruz roja es un símbolo, los números son símbolos. No hay ninguna razón para que la forma “2” se refiera a un par de objetos. El número romano II es, por supuesto icónico” (Fiske: 40-41).
Para Enrico Carontini y Daniel Peraya: “La principal originalidad de la doctrina peirciana reside en la definición misma del signo, inseparable de la del concepto de semiosis. Por semiosis hay que entender una relación entre tres términos tal que, en ningún momento esta interrelación triádica pueda resolverse en una relación bilateral” (1979:19).
Como se puede observar, hay evidentes semejanzas entre el significante de Saussure y el signo de Peirce, y entre el significado de Saussure y el interpretante de Peirce.
Por último, el filósofo marxista polaco Adam Schaff (1913- 2006), definió al signo en los siguientes términos: “Todo objeto material, o la propiedad de ese objeto, o un acontecimiento material, se convierte en signo cuando en el proceso de la comunicación sirve, dentro de la estructura de un lenguaje adoptado por las personas que se comunican, al propósito de transmitir ciertos pensamientos concernientes a la realidad, esto es, concernientes al mundo exterior, o concernientes a experiencias internas (emocionales, estéticas, volitivas, etc.) de cualquiera de los copartícipes del proceso de la comunicación” […] La principal función del signo es comunicar algo a alguien, informar a alguien acerca de algo” (1978:180).
Al igual que Saussure y Peirce, Schaff establece su propia tipología del signo, a saber: “Empiezo por dos distinciones, una de ellas aceptada universalmente, la otra discutida: En primer lugar, los signos se dividen, como ya se dijo, en naturales (indicaciones, síntomas) y propiamente dichos (artificiales); En segundo lugar, los signos propiamente dichos se dividen en signos verbales (y lo sustitutivos escritos de ellos) y en todos los demás signos” (Pág. 182).
Con respecto a los signos naturales, el filósofo polaco establece que: “Aunque los signos naturales (índices, síntomas) caen dentro de la categoría general de “signo”, difieren esencialmente de todas las demás categorías de signos, sobre todo en que no son producidos ni evocados conscientemente por el hombre con fines de comunicación, sino que existen independientemente del hombre como procesos naturales y sólo ex post son utilizados por los hombres a modo de fuente de información, y en esos casos funcionan como si fuesen signos normales, es decir, como si fueran deliberadamente creados o evocados con el propósito de transmitir alguna información a alguien” (Pág. 171).
En cuanto a los signos artificiales, Schaff comenta que: “Podría objetarse que los signos propiamente tales son siempre signos para algo, que son artificiales, producidos para el propósito de la comunicación, y en consecuencia por mor de algo que influye de algún modo sobre la conducta humana. También podría sostenerse que todo signo es un signo de algo, que señala “más allá de sí mismo”, y como tal desempeña la función de sustitución. Todo eso es cierto. No obstante, hay signos propiamente dichos cuya función consiste en influir directamente sobre el comportamiento humano (señales), y signos propiamente dichos cuya función es sustituir (signos sustitutivos) y cuya influencia sobre la conducta humana es sólo indirecta. Al adoptar esa diferencia como criterio de clasificación, podemos subdividir posteriormente los signos propiamente tales con expresión derivada en señales y signos sustitutivos, y estos últimos a su vez en los sensu stricto y en símbolos” (Pág. 185).
Por señales, Schaff – y en esto marca la diferencia con Peirce en cuanto a señales se refiere – lo plantea así: “Estoy de acuerdo con el uso ordinario y con el significado usual de la palabra “señal” en la medida en que por ella entiendo un signo cuyo propósito es evocar, cambiar, o hacer que alguien desista de una acción. […] Así pues, la señal puede distinguirse de otros signos artificiales por las siguientes características: 1). Su significado es siempre arbitrario, establecido por virtud de un convenio válido dentro de un grupo dado de personas; 2). Su finalidad siempre es originar (o modificar, o detener) cierta acción; 3). Su aparición es ocasional, en conexión con la acción prevista” (Págs. 186-188).
Siguiendo la pauta, en los signos sustitutivos sensu stricto, el autor señala: “El problema de los signos sustitutivos sensu stricto es relativamente sencillo. Se trata de objetos materiales que representan otros objetos por virtud se semejanza o de convenio. Ejemplos típicos de signos sustitutivos que funcionan en virtud del principio de semejanza (signos icónicos) son todas las clases de imágenes y de efigies (dibujos, pinturas, fotografías, esculturas, etcétera), y ejemplos de signos sustitutivos basados en un convenio son todas las clases de signos escritos que representan sonidos del habla, sus grupos, palabras, frases, etcétera” (Págs. 189-190).
Por símbolos – y en esto se acerca a la definición de símbolo en Peirce - Schaff manifiesta lo siguiente: “En mi sistema, los símbolos son una subclase de signos sustitutivos y se distinguen principalmente por las tres características siguientes: 1). Objetos materiales representan ideas abstractas; 2). Las representación se basa en un convenio que debe ser conocido si ha de entenderse un símbolo dado; 3). La representación convencional se basa en la representación de una noción abstracta por un signo, representación que exteriormente se dirige a los sentidos (y semánticamente funciona por ejemplificación, alegoría, metáfora, etcétera) […] Para comprender cualquier símbolo hay que conocer el convenio correspondiente” (Págs. 190-192). Ejemplos: la cruz gamada suástica de los nazis; la Cruz que simboliza el cristianismo; las danzas autóctonas; la mujer vendada sosteniendo en una mano la espada y en la otra la balanza, misma que simboliza la Justicia; y así sucesivamente.

Sin embargo, el “significado” en Schaff – al igual que en Saussure - es de capital importancia, sobre todo aludiendo a lo que el estudioso polaco denomina “situación-signo”. Al respecto, dice: “El problema del significado aparece en una situación-signo o, para emplear una formulación diferente y más sencilla, en el proceso de la comunicación humana, ya que ese proceso, si dejamos a un lado la cuestión de la telepatía y otras formas de supuesta comunicación “directa”, consiste en transmitir pensamientos, emociones, etcétera, por medio de signos, en un proceso de producción de situaciones-signo. […] La situación-signo se presenta cuando dos individuos por lo menos se comunican entre sí por medio de signos para transmitirse sus pensamientos, expresiones de sentimientos, voliciones, etcétera, relacionados con algún objeto (universo de discurso) al que se refiere su comunicación. En otras palabras, siempre que aparecen el signo y la situación-signo, el signo debe remitir a un objeto (directa o indirectamente), y debe haber por lo menos dos copartícipes en el proceso de la comunicación por medio de aquel signo: el que usa el signo para transmitir sus ideas y el que lo percibe e interpreta ( y por consiguiente lo entiende)” (Págs. 216-229).
Espero que este pequeño comentario comparativo acerca del signo en Ferdinand de Saussure, Charles Sanders Peirce y Adam Schaff, sea de gran ayuda para los estudiosos de las ciencias de la comunicación, específicamente para quienes cursan la asignatura de “Semiología I”.